Calibre: libros, cambio y rock, mucho rock

Cali Alternativa:
Por: Laura Vanin.
Por fin llega ese día del año en que los amantes del rock nos vamos a encontrar en un sólo gran festival. Desde la 1 de la tarde el sonido de bajos, baterías y guitarras eléctricas van a envolver el Puente Ortiz, pero yo me doy cita en la noche. Espero a que el espeso calor tenga piedad y se retire, lentamente, como siempre lo hace.
Me escurro con afán por el Boulevard, esperando a cada paso que el ruido enérgico de la música alternativa llegue, y me susurre que la velada del rock sí se está llevando a cabo, que no es una ilusión. ¡Y no lo es! Me dejo llevar por el olor a cigarrillo, y por el señor que señala al festival respondiendo a la pregunta de “¿qué está pasando allá, vea? con un “no sé, esos locos…”. Y claro, en medio de los gritos llenos de vida, provenientes de los vocalistas en la tarima, cualquiera pensaría que esto es una fiesta de locos. Cualquiera que no esté acostumbrado a que este tipo de valiosos eventos pasen en la Sucursal…Y es que la salsa es bellísima, pero esto no es sólo salsa, vea.
Y pensando en la acusación tan graciosa y severa, del señor que duda de la salud mental de todos los que nos dirigimos allá, atravieso el césped que me separa de la entrada. Me sorprende la cantidad de personas que han decidido sentarse afuera. Haciendo su propia fiesta, deambulando, caminando, cajas de vino, montones de caras, el caminante que se tropieza porque el trago le pudo, la malabarista que se roba las miradas. Y la música de fondo.
La entrada es rápida, la requisa también, aunque un poco atrevida. La tarima nos recibe disparando luces cegadoras pero que amenizan el lugar. Hacen de este concierto algo llamativo y de las bandas un sólo cuerpo sublime que se mueve a través del escenario jugando con la estela de luz. Me atrapa y por las miradas concentradas de los demás sé que a ellos también. Me encuentro en este parque con una masa de ropas negras, medias rotas, estilos propios que se reconocen en esta música, en el rock. Son una oda a él. Crestas, cabellos de colores, botas, taches, camisas de Aerosmith o Guns and Roses. Y los movimientos de cabeza (para atrás, para adelante, unos más rápidos que otros) me hacen saber que somos uno solo al ritmo del bajo. Que esa es la manera en que expresamos con el cuerpo este conjunto de reggae, hardcore o punk. Es otro tipo de baile, más somnoliento, taimado. Pero no todo queda ahí. Cuando la música llega a su punto más fuerte y álgido, se crea casi espontáneamente un círculo de pies corriendo, manos empujándose, espaldas chocándose y personas protegiéndose con el antebrazo para no verse involucrada.
La gente parece estar donde pertenece.
“Yo la estoy parchando” escucho por ahí.
“Una chimba de lugar”, dice el chico al lado mío.
Pero el lugar no es lo único que se destaca en estos dos días de festival (sí, el domingo también, si usted es de esos que como yo, se deprime un poquito en este nefasto día, Calibre le ofrece vivir esas horas somnolientas con buena música).
Agrupaciones – aunque sólo escuché a unos cuantas, muy a mi pesar- como Cirkus Funk, Prometeo, Polikarpa y sus Viciosas, Los Suziox, Alerta Kamarada, Psychopath Billy, Whites, o Desnudos en Coma dan cuenta del gran talento local que tiene la ciudad y el país.
La apropiación que se tiene por estas bandas locales es tal, que se podía escuchar los gritos de espectadores exigiendo su canción favorita. El vocalista de los Suziox muy amistosamente escuchó los ruegos de uno de los chicos que llevaba casi cinco minutos en un esfuerzo agitado por hacerse escuchar, y le prometió tocar lo que pedía. Y lo hizo.
Este festival es de todos, todo el que quiera y respete el rock, lo que se produce aquí y a los espacios públicos y culturales. La tarima no es sólo de quien está ahí, avivando la noche para todos, el público también interviene en el show. Es de ellos, se comparte. Se canta en conjunto, se avisan los unos a los otros cuando la banda esperada va a cantar “¡Oe, los Suziox!”; y se vuelven uno sólo con la música, vibran con ella, la siguen, la ayudan a que resuene por todo el lugar.
El escenario llamado Black Manthra, llevado a cabo en la retreta del Puente Ortiz, es mucho más reducido, lo cual asegura un toque mucho más íntimo entre la banda y el público. Todos son bienvenidos en el micrófono, que pasa del artista a las personas para que estas hagan parte de las canciones, del sonido, de la música.
“Se trata de hacer propuestas más frescas, de cambiar la percepción de la música en la ciudad” decía el vocalista de Prometeo. Y con este festival que se viene realizando desde el año 2006, las propuestas cada vez son más, y para todo tipo de oídos. Nada de lo que se escucha es homogéneo; cada banda trae su visión sobre la música.
La alegría se vive en todo el lugar. Son muchos los curiosos que vislumbran desde lejos lo que está aconteciendo, pero sin atreverse a entrar.
Es domingo en la noche y sé que debo irme. Los lunes llegan rápido y los deberes no se escriben solos. Esto se acaba por hoy, y todos sabemos que habrá que esperar un año más.
- Angélica Olaya
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- Laura Vanin
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