Simple

Después de las últimas campanadas escuchaba más claramente trinos sordos de los murciélagos, piques en el downtown a unas calles y sigilosos chasquidos bazuqueros. Y pensaba que quizá no sólo existiera el sigilo de bazuco, marihuana, punto rojo y cigarrillo, en esa calle, sino también de los inaudibles: sacol, pepas y trips. Aunque Simple consideraba más cerca del poder adquisitivo de sus vecinos a los primeros dos y al sacol. El cigarro ya era demasiado mainstream como para que los locos lo fumaran también. De vez en vez los chasquidos se acobardaban y subían al balcón de Simple, ahí mismo, a bocanadas ahogado, solía explotar en pensamiento y llorar de cosquillas. Una costumbre de años.
Se sentaba Simple, acompañado de su wasser, leía lo que parecía ser una tesis que indagaba si Schopenhauer hubiese considerado la fotografía un arte, o si hubiese visto en ella encanto digno de su reverencia estética. El texto en una pestaña, el Salmo que nunca se tatuó en otra y Lágrimas de Licor de Benny Moré sonando en otra. Le encantaba caer en la libre asociación de sus rayes, disímiles a más no poder.
Un cucho moderno. Con deseos incumplidos, caprichos y tribulaciones. Despistado, perezoso. Perro. Un tanto acomplejado.
Ese día, o noche, o madrugada Simple se sentía melancólico y solo. Y aprovechaba para divagar sobre temas absurdos. Esa vez, mientras se acordaba de tomarse el secobarbital, comparaba su esperanza de vida con la de las moscas de la fruta. Nunca fue bueno con las rutinas médicas.
Entre suspiros y desconsuelo, desde su balcón, bajó la vista hacia Las Américas y cerca de la esquina vio figuras conocidas. No sabía si la cabeza se la jugaba de nuevo o de verdad eran dos de sus amigos que pasaban por ahí. Y no se equivocó, o al menos no en pensar que eran conocidos suyos, pero venían los pícaros de Granada a su casa a pasar la rasca de guaraqueño. Simple los dejó pasar. Se conocían de antaño.
Charlaron los tres caballeros entre sentidos alterados y recuerdos tristes. Del horizonte que ya se veía estrecho desde San Antonio, del Eustaquio Palacios, del Siloé crecido, de los del Lido, de los cebúes productores de hongos de Pance, de la babilla de Ciudad Jardín. Simple mandó al carajo el orgullo, dijo: quéhijueputasy lloró, más. No le reprocharon, quizá porque lo conocían así, llorón, quizá porque ellos también sentían pesar, quizá porque le comprendían la angustia de mirar a un futuro más inexistente que incierto. O, más lógico, porque estaban borrachos.
Siguió la madrugada negra. El llanto había cesado y en la casa se encontraban solos dos caballeros de pie. Un caído: Infeliz sucumbió al sueño de borracho, que es como estar muerto. Y siguió el par mirando lo poco de las estrellas que el espectro anaranjado citadino y la torre dejaban ver. Prepararon café, entonaron una Zamba para olvidar, reposaron várices y fumaron peches.
Fugaz disfrutaba siempre molestando a su compañero, unas veces dejándole hablar solo, otras, con las más enervantes conversaciones sobre filosofía existencialista. En la Buitrera, jóvenes, discutieron mucho la mejor manera de vivir y la peor manera de morir, el sentido de la vida, arte y política. Esa ocasión era la justa para charlar como antes, para molestar a Simple, como antes.
Ya de entrada había comentado lo fea que le parecía la fachada; que qué pocos asientos tenía, dijo después en la sala. Fugaz era, en palabras de Infeliz, un malparido. Ahora, con más café negro, empezaba a comentarle a Simple lo desagradable de un cucho llorando, un cucho comonosotros, le dijo. Y entre un son montuno y con sorna rebuscada, Simple respondió con una sonrisa, venida desde el anhelo de no derrumbarse.
En los silencios, cómodos para los dos y llenos de miradas incrédulas, pensaba uno en qué anécdota o cita de Wieviorka le molestaría más al otro, y el otro pensaba cómoputas mantener la calma. No deseaba acordarse de la melancolía previa a la visita del par de idiotas que interrumpieron su noche, o madrugada, o lo que fuera. Era simple: quería acompañar su tristeza con ron.
Hacía tiempo Simple trataba de asimilar una manera de vivir centrada en el presente: adaptarse o morir en el intento. Insuficiente para uncuchocomoél, esa forma de considerar la propia existencia se había convertido en la filosofía de personas incluso más allá de su valle y que, nociva, destruía lo bello de la historia, la memoria y la esencia. Pero intentar evadirse con ese pensamiento le recordaba lo mucho que odiaba vivir así, zombi, en automático, como el resto del mundo.
Simple cambió de tono, se puso agrio, frunció sus gestos y endureció sus comentarios. A Fugaz le pareció perfecta la reacción que, según él, prometía una charla gustosa para ambos. No fue así. El malhumorado sugirió salir a caminar para ver amanecer y conversar en el camino, pretendía deshacerse del mal sabor con la polución de la noche. Caminando se preguntaban si todavía se veían chuchas cerca del río Cali. Pasando la Ermita escuchaban chasquidos, cruzaron hasta el paseo Bolívar y pillaron a unos niñatos en el parque, atentos y amigables al verlos pasar, de largo.
En todo el camino Fugaz no se calló, y aun notando indiferencia siguió. Contaba, y sobre la marcha recordaba, episodios de su juventud en los lugares que recorrían. Teatros, luladas, galladas, tropeles, Long plays, la loma, el bulevar.
Ya Simple relajado y en silencio se desprendió de su estrés y disfrutaba del monólogo de su compañero. Llegaron a la Quinta con Quinta y decidieron volver.Fugaz quiso continuar, pero cuando miró el cielo y se dispuso a terminar de hablar, le tembló la voz y guardó silencio. Los dos hombres suspiraron y continuaron su camino sin más palabras. Fugaz comprendió que también le dolía mirar al pasado y que también se avergonzaba de vivir en piloto automático.
De vuelta vieron más chirretes, policía, a los mini gigolós y a los locos, esta vez con ojos de pesar. Fugaz se sintió incómodo al llegar y sentarse en la misma silla donde había empezado a criticar la casa de su amigo y, en un arrebato de sensatez, se hizo cargo de su casi difunto compañero de rasca, Infeliz, y se largaron ambos, sin una palabra.
Simple vio que no había amanecido aun, disfrutó del silencio un rato, fumó otro cigarro, miró a la calle, escuchó los chasquidos y los trinos por última vez antes de entrar. Recordó el secobarbital, vio el tarrito de pastillas casi lleno, pocas veces las tomaba. Se le antojó una cerveza, pero sólo tenía restos de guaraqueño. Tomó la caneca y mirando de nuevo las pastillas pensó: quéhijueputas.