Una noche chévere, una noche grande
Cuatro años tuvieron que pasar para que sus pies tocarán de nuevo el suelo de la capital vallecaucana. Una hora y media donde su voz tuvo exclusividad total y sus acordes deleitaron a cada asistente. Valió la espera cada nota.
Una noche fugaz, es la mejor descripción para el concierto de Andrés Calamaro el viernes pasado en el centro de eventos Valle del Pacífico. Un abrir y cerrar de oídos en el cual se escucharon vals, boleros, tangos y cánticos. De esos clásicos infaltables nos dieron sólo una pruebita, pero no importa porque es Calamaro: un rey del rock en español, un músico como pocos.
A diferencia de muchos otros conciertos, la sala y la noche fueron sólo para él: no hubo teloneros previos que hicieran eterna la espera. No. Calamaro es grande y no necesita hacerse esperar. A las ocho y media en punto salió a la tarima, mientras el público lo ovacionaba. Acompañado de sólo tres músicos, Calamaro comenzó su show de magia. Un chelo, una batería con congas y un piano, que según él mismo, soltaba «diamantes en almíbar» cada vez que se tocaba una de sus teclas, fueron más que suficientes.
Un concierto que también fue recital de poesía cuando, entre canción y canción, Calamaro se apropiaba de algunos versos y los citaba con gran sentimiento y emoción. Un hombre enamoradizo del antaño con grandes reservas de la tecnología. Los asistentes deben concordar con sus consejos: despegarse por hora y media de los teléfonos celulares para vivir ese momento como es debido y no a través de una pantalla.
Inició la noche con tangos de Gardel y boleros exquisitos. Luego hizo un tributo a Miguel Abuelo, uno de sus mayores ídolos e inspiración profunda en su música, cantando «himno del corazón», clásico de los Abuelos de la nada que conmovió a la generación joven de la Argentina de los ochenta, y que el viernes pasado también conmovió de nuevo al público caleño en voz de Calamaro. Cada asistente se unió a su coro. Al final, un «olé, olé olé, Andrés, Andrés» retumbó en las paredes del recinto, en agradecimiento al hombre de la tarima.
«Llegó la hora de bailar» dijo Calamaro para anunciar el fin de los covers y dar inicio a las de su autoría, arrancando con nada más y nada menos que «Flaca», la canción que lo inmortaliza y de la que cada persona en Latinoamérica se sabe por lo menos una estrofa.
La armónica fue su cómplice perfecta durante la noche: aprovechó cada momento para hacer solos con el instrumento de viento que es capaz de transportar a cada ser a otro escenario, a uno de tranquilidad y bienestar, a ésas épocas de antaño que él tanto añora.
Aunque nos faltaron canciones cómo «loco», «la parte de adelante» o «sin documentos», Calamaro nos dio una hora y media de música y poesía de primera. Agradeció en cada espacio posible, la compañía de sus fans, se contrarió con aquellos que alcanzaba a ver utilizando sus teléfonos para chatear, y estuvo tan complacido con la respuesta del público, que se agachó a besar el suelo del escenario, el suelo de Cali. Demostraste tu grandeza Andrés. Porque después de todo, «es grande ser chévere, pero es más chévere ser grande».