Brasil en un plato

Por:Juan Sebastián Mina.
Depois de trabalhar toda a semana / Meu sábado não vou desperdiçar / Já fiz o meu programa pra esta noite/ E sei por onde começar. Con estos versos de Gal Costa recorro la Avenida Quinta. Salsa choke, alcohol y basura adornan esa calle que huele a historia, mientras voy siguiendo el rastro de aquellos que, como yo, al caminar buscan la vida. En Funbraco me esperan, o al menos eso me dijo la muchacha que me atendió por teléfono: suba dois cuadras, a mano direita, ahí vai ver nuestra casa, agregó. Seguí las instrucciones como un neófito aventurero; sin embargo, mi Ítaca suramericana, o al menos una parte de ella, me era esquiva. Me topé con cíclopes panaderos, circes que me ofrecían sus papas rellenas y empanadas, y hasta con sirenas que, arrastando o meu olhar como um ímã, me tentaban a dejar mi camino. A pesar de esto, y de un buen rato vagar por El Lido, di con las costas de una casa enorme, donde caben culturas, conceptos e idiomas de todo el mundo. Bem vindo, decía un cartel en la entrada.
En la puerta Chico Buarque me dice que: Agora eu era o rei / Era o bedel e era também juiz / E pela minha lei /A gente era obrigada a ser feliz . Sin duda me emociono, pues la alegría más grande es la inesperada. Esas frases se mezclan con el humo que despide una parrilla, remontando la noche para impregnarse en nuestras ropas, incluso aún más profundo. Frente a mí los carbones samban al ritmo que un joven, luego supe que se llama Pablo, canta frente a ellos. En realidad no es Pablo quien alegra la noche, sino Sergio Mendes que, con las palabras mágicas (Vem magalenha rojão / traz a lenha pro fogão/ vem fazer armação), hace aparecer a una mujer. Es una costeña con una sonrisa sin par, cuyo cabello en bucles amenaza con franquear los límites de su frente, y unos ojos grandes que parecen abarcar todo con una sola mirada. Posiblemente nunca sabré su nombre, pero su rostro será un grafiti en las paredes de mi mente.
La aparición de ella me hizo entender que todo empezaría. El fogón estaba listo, al igual que la carne que trae en las manos: la Picanha (“tapa o colita de cuadril”). Este corte se caracteriza por tener una capa exterior de grasa. Y es en las gafas de Pablo donde la función pirotécnica se refleja: el contacto de la grasa algente, impávida, con el vigoroso fuego, se confabularon haciendo un oxímoron gastronómico perfecto. Y pensar que por poco la posteridad asesina este plato confinándolo al olvido. Cuenta la historia que el benevolente azar le permitió a un Playboy, un tal Baby Pignatari, toparse con ese plato. Un parrillero (probablemente tucumano), le confesó que a falta de corazón de cuadril, le había servido Picanha, llamada así en el norte argentino porque en el lugar donde se corta –arriba de los músculos del rabo– se castiga al buey con la picana . A partir de ese momento pidió siempre la tapa de cuadril. Su enorme fama como playboy internacional y como uno de los más grandes empresarios del Brasil llevó a que, entre muchos de sus admiradores y los restaurantes de San Pablo, se pusiera de moda el tierno y jugoso corte; ahora, servida en un plato donde se ve el Cristo Redentor grabado en el fondo, está en mis manos.
La rueca de la noche siguió girando y llegó el momento de la M.P.B. y la caipirinha. Omar, profesor de la Universidad del Valle, es el hombre que lleva la batuta en esta audición de Música Popular Brasilera. Nos cuenta que comienza con el nacimiento, cerca de 1958, del movimiento internacionalmente conocido como bossa nova. Mientras nos pone en contexto de ese gran movimiento musical, a su espalda aparecen João Gilberto, Edu Lobo y Antônio Carlos Jobim. Se presentan ante el grupo y cada uno nos deleita con apartes de sus canciones. Sin embargo, como un a raspadura que, al sanar pasa el dolor y deja una huella, así es posible saborear esa pizca de melancolía y nostalgia que deja un Samba hecho con belleza: Porque o samba é a tristeza que balança/ E a tristeza tem sempre uma esperança / A tristeza tem sempre uma esperança / De um dia não ser mais triste não.
A mediados de los 60’s la generación Bossa nova se caracterizó por una actitud más comprometida y por un tipo de composición de corte nacionalista. Respondiendo al contexto socio-político, los compositores ofrecieron canciones de protesta con temas específicos y regionalistas, a menudo con elementos del folklore. En este período, la sigla M.P.B. se empezó a usar para distinguir la música con características nacionales del pop importado y las variaciones locales. A pesar de ese sentido nacionalista, Brasil nunca dejó de ser universal. Tanto por su geografía, planificada por un Dios benevolente y creativo que parece disfrutar de las playas del Noreste y del frío del sur; así como tampoco por sus voces que se unieron al mundo e hicieron que, no sólo sobre Brasil, sino sobre toda Latinoamérica, se supiera de la opresión. Así es como se recuerda a Tom Jobim compartir el escenario con Frank Sinatra, mientras entonan Moça do corpo dourado / Do sol de Ipanema / O seu balançado é mais que um poema / É a coisa mais linda que eu já vi passar.
El tiempo de la represión acabó, y el pueblo brasileño, al igual que yo en estos momentos, se dedicó a cultivar la materia prima con que trabajan poetas, zahoríes y madres: el amor. Así es que, con una caipirinha en las manos, recorro con Tom Zé las calles de su São Paulo. Después abordo el tren 222 con Gilberto Gil y miro por la ventana mientras Milton Nascimento me habla del paisaje. En eso nos dan las 9:00 p.m. y el viento de las montañas ha apagado los carbones de la parrilla. Lo dicho, o mejor lo cantado, cantado está: me empapé de las palabras, las risas y sus bucles. Ahora, mientras desciendo por una larga calle, un atajo que encontré en medio de mi odisea, a mis espaldas se ilumina nuestro Cristo, el rey, y me pregunto qué será de el de ellos; ese que quedó en el fondo de mi plato, y que para muchos Voa Cristo Redentor / Você que sempre fala de amor / Voa Cristo cidadão / Você que chama todo mundo de irmão